viernes, 5 de diciembre de 2008

Secreto Profesional: ¿Secreto de confesión?

Corría el año 2005 y como sucedía desde hacía seis años, los profesores del espacio Proyectos, Orientación y Tutoría, teníamos que hacer nuestra planificación. El espacio de Tutoría (como se le llama comúnmente) aún es tierra de nadie, sin una clara definición de su encuadre ni definición curricular. Cada quien hace lo que quiere o lo que puede, con una diversidad aún mayor que en otros espacios, sobre todo entre los nuevos que se implementaron a propósito de la Ley Federal de Educación. Y la Escuela Técnica en la que se desarrolla la historia que les cuento no está ajena a tal situación. Los profesores de los 9º años de esta escuela, con la elaboración de un Plan Anual para el espacio habíamos logrado algunos mínimos acuerdos; por lo menos habíamos convenido en que se trabajarían tres ejes centrales: el Código de Convivencia Escolar, la Orientación para la elección del Polimodal y las Problemáticas Adolescentes. Eso sí, lo que sucedía al interior de cada una de las siete divisiones de 9º, nadie lo sabía con certeza. Bien dicen: cada maestrito con su librito.
En mi caso, mi formación como Psicopedagoga aportaba un elemento más, pues a la mirada docente le agregaba la mirada clínica. Y tal vez eso, especialmente en la situación que me propongo narrar, me “jugaba en contra”.
¿Por qué? Porque a mi modo de entender, este espacio debía ser el que brindara a los alumnos la contención que necesitaban para hacer frente a los embates de la vida, tanto escolar como extra escolar. Pero para los demás, esto era un espacio escolar, en el que debían trabajarse contenidos escolares, cosa que a mí me dejaba en soledad al momento de plantear una modalidad diferente de trabajo. Aún más, como se cuentan con pocas horas, y en general los profesores a cargo no tienen otro espacio frente a ese grupo de alumnos del cual son “tutores”, poco es lo que se proponen hacer en cuanto a profundizar en el conocimiento de las situaciones particulares de los estudiantes; más bien se conforman con ir, dar un tema específico como clase y nada más.
Mucho se habla sobre las problemáticas que debe enfrentar un adolescente, (un niño, al fin) de tan solo 14 ó 15 años. Y en la escuela estamos acostumbrados a ver que se trabaja sobre temas que suponemos son los que más “interesan” a los jóvenes por su edad, como pueden ser los cambios y la sexualidad en la adolescencia, las enfermedades de transmisión sexual, el alcoholismo, la drogadicción. Pero mayormente, son temas que impone el docente sin consenso de los alumnos, y en su tratamiento sobre abunda la información de tipo médica o, lo que es peor, “la moralina”... y esto a los chicos les entra por una oreja y les sale por la otra.
Yo buscaba una estrategia que me acercara más a los chicos, que me permitiera hacer algo de huella en ellos acerca de algunos de esos temas, para que no fuera en vano el haber pasado por ahí. Tratar de trabajar más desde las vivencias de ellos, para que se vean reflejados a sí mismos en las experiencias que contaran. Que pudieran verse involucrados en las situaciones.
A propósito de un video que vimos, se me ocurrió que la técnica que allí mostraban para la educación sexual, podía ser útil para trabajar otros temas. Y me lancé en mi cruzada contra el alcohol y las drogas.
Pero en el camino se me cruzó él.
Flaco, con los pantalones anchos flotando a su alrededor. Blanco, pálido, casi ceniciento. Y sus cabellos rubios siempre despeinados. Todo el tiempo haciendo bromas que desataban el alboroto en el aula. Se destacaba por lo diferente entre sus compañeros, no parecía de ahí. Por lo bajo mis colegas me susurraban: “así que en tu noveno está el hermano de Malena... (una joven artista que triunfaba en el país)”.
Yo ajena a toda su historia, había empezado con mis rondas de debate. Los chicos escribían sus preguntas en forma anónima sobre el tema del mes y después, las sacábamos al azar y ellos mismos debían ser quienes intentaran dar repuesta a la cuestión, contando situaciones que hubieran vivido o que conocieran por alguien muy cercano. Nada de traer monografías bajadas de Internet (como habían hecho el año anterior).
Todo lo que se hablara allí era confidencial, así que podían tomarse toda la libertad que quisieran para conversar sobre lo que les preocupara acerca del contenido. Ese era el pacto: nada de lo que contaran traspasaría el aula.
Y en una de esas, un día que él faltó, saltó el problema:
- Sabe, Profe, nosotros vimos que César sacaba unos porros de su bolsillo, allá en las gradas del patio... – comentaron.
- Sí, se vive drogando, Profe. Yo lo ví cuando fuimos a bailar, estaba tirado en el pasillo del boliche, volado por unas líneas- dijo otra de las chicas.
Traté de hablar con César en otras oportunidades, pero faltaba mucho a clases. Cuando lo logré, varias semanas después, esquivó el tema. Volvía una y otra vez a repetir que “estaba todo bien”, aunque hubiera preferido seguir en España, donde había vivido un tiempo con su madre. Esa era la mejor época de su vida. Ahora estaba “castigado” en esta ciudad.
A duras penas conseguí que viniera su tío, con quien vivía en ese tiempo. A su padre no logré contactar, pese a que vivía cerca de la escuela. Para su tío “estaba todo bien”, un poco rebelde, nada más.
- Un chico muy inteligente, mi sobrino, está trabajando en un ciber, porque sabe un montón sobre computadoras. A veces no logro que vuelva a la casa, pero como está ahí...
Intenté hacerle dar cuenta de que había algo que “no estaba tan bien” con César, que ese color ceniciento de su piel no era saludable, que debían estar más atentos a lo que andaba haciendo fuera de su casa durante tantas horas, y dando otros rodeos para no decir directamente lo que sabía pues pesaba sobre mí el pacto de confidencialidad que había hecho con sus compañeros.
¿Debí romperlo, tal vez? ¿Debí saltar por sobre la confianza que ellos habían depositado en mí? Porque se trataba de una situación grave en relación con este muchacho. Lo que ellos habían presenciado en relación con su compañero daba cuenta de un riesgo para la vida misma de él. Y a la vez, si daba a conocer los hechos tal como me los habían contado, ponía en riesgo a estos chicos. Estábamos en una época en la que se había judicializado en extremo la vida escolar y existía la posibilidad de que los involucraran en una situación judicial por tan solo haber explicitado que su compañero consumía drogas. Porque como había sucedido en otros casos hacía poco tiempo, podía iniciarse una demanda contra la escuela o alguno de sus miembros, dando intervención a la Justicia, llevando a los chicos y a sus familias a buscar abogados y presentarse en Tribunales para rendir cuentas de sus dichos, como si fueran “contra” su compañero y no a su favor.
¿Pudieron más mis propios miedos y mis limitaciones frente a un tema tan complicado? Aún hoy es así: me cuesta enfrentarme al problema de las drogas en los chicos. Pese a mi formación profesional, la drogadicción me supera, me paraliza y me siento muy vulnerable ante la situación. Tal vez por eso hice de este secreto profesional un “secreto de confesión”.
Mirando hacia atrás, pienso que ese tipo de estrategia que utilicé con mis alumnos ese año para trabajar estos temas tan conflictivos la volvería a repetir, porque sigo pensando que es una buena manera de acercarse a los chicos y que haga impacto en ellos, que los movilice a reconocerse como parte del problema. El secreto… no. Eso lo modificaría, buscaría otras formas, apelaría a otros recursos. Su confianza en mí debería poder ayudarlos a enfrentar lo que les pasa.
Nunca dije a su familia lo que sabía sobre César y las drogas.
Cuando volvimos de las vacaciones de invierno, él no regresó a clases.
Tiempo después, su madre llegó por la escuela averiguando cómo tenía que hacer para que rindiera libre el año. Se lo llevaba a vivir con ella en otra ciudad. ¿Con ella? Alguien me contó que últimamente, César entra y sale, vuelve y se escapa de los centros de recuperación para adictos.

Lic. Viviana Inés Soria Bussolini
Escuela Técnica – Santiago del Estero
Profesora de Proyectos, Orientación y Tutoría
Psicopedagoga

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