Santiago
egresó del jardín de la sala de 5 años hace cuatro años, allá por el año 2007.
Entonces tenía cinco, cumplidos. Era un niño delicioso, inteligente, espontáneo
pero muy revoltoso, de esos con los que es difícil conversar. Jugaba, se divertía
y también pensaba solo. Su tiempo, era distinto a los demás, a la clase en
general.
A lo largo de todos esos meses en que Santiago
estaba inestable dialogamos mucho con él, siempre le proponía pensar qué le estaba pasando, también le ponía
límites y le decía "esto no puede ser así", pero muchas veces también
me detenía a jugar con él. Si realizaba
algo fuera de lo “normal”, no siempre le respondía, otras, si observaba que estaba demasiado contrariado, no le exigía
integrarse al grupo.
Día a día
nos sorprendía con sus posturas, se sentaba atrás solo y desde allí en forma
impulsiva, en medio de mi clase, decía:” no hagan chicos eso, es una Bolu…..,
no la escuchen y con unos sonidos desarticulados
como un la la la la la la la la la la la, simulando un canto pensaba seguramente que así no podrían los otros
alumnos escuchar a la seño. Otras veces,
comentaba en voz alta: ¡no hagan, no hagan eso o aquello, o tal cosa ,la seño
no sabe, la seño no sabe, uh uh uh uh.
Llego un momento que estaba muy agotada, cualquier
situación de trabajo que planteaba era motivo para desafiarme. Contrariando mis
intervenciones, generando ruidos que molestaban la clase que tenia organizada, creaba
un clima de desorden que anulaba mi propuesta.
Hasta
allí llegué.
Consulte
estos estados de Santiago con un Profesor del Jardín y compartía mis
observaciones. Había coincidencias en nuestras opiniones a cerca del niño. Su rapidez,
el modo de actuar, la capacidad de respuestas, su constante no querer seguir el
ritmo del grupo. Teníamos informes y datos de años anteriores sobre él y los mismos decían que le fue
imposible a las docentes compartir el aula con Santiago.
Busqué y revisé todos
los antecedentes de su historia escolar y solo había reclamos del modo en que éste
niño se manifestaba en los momentos escolares, casi igual o más acentuadas las
formas de compartir con violencia.
En los
informes habían juicios y apreciaciones con resultados poco saludables, en relación a los parámetros deseados para las docentes, en función
a los propósitos anuales.
En estos
archivos observé reiterados reclamos hacia sus tutores que tenían que ver con las actitudes y comportamiento de su hijo
Con
este profesor pensamos que Santiago era un niño distinto y hasta lo calificamos
de índigo. Nada lo sorprendía, todo era aburrido y él ya lo sabia, pensaba en
voz alta, leía todos los textos, resolvía cualquier situación hasta la más
difícil y para colmo nos desacreditaba ante el resto de los alumnos.
Fue así
que me dispuse hablar con su familia. Unos padres jóvenes, separados en su relación
matrimonial, con tenencias acordadas durante el fin de semana. En los
encuentros con su padre, el niño recibía recompensas materiales en exceso.
Le
comente a su mamá, como se manifestaba Santiago, en que podía colaborar ella
para que modificara su actitud y que me estaba irritando fuertemente. Entre
esos relatos, del hacer de Santiago, de
todos los días, le dije:…”Mami no atiende,
no realiza sus producciones, permanece molestando y no queda quieto. Pero hay
algo que tengo que informarte: es muy inteligente, rápido en sus respuestas,
sabe leer y hasta contar”. “¿Cómo es
posible que siendo así, moleste y no quede quieto? ¿Podrás ayudarme y pedirle a
tu manera que cambie su comportamiento?
Luego de esta conversación con la mama de Santiago, después de un
fin de semana largo, pasaron unos días. Así
fue que:
Un día
en el aula, encontré a Santiago sentado en su mesita y al saludarlo, como nunca me contestó y allí quedó
el resto del día sin ni siquiera ir al baño, jugar y sin gozar en el patio como lo hacia
habitualmente.
Y pasaron varios días
en los que el niño seguía con esta misma actitud. Una reacción distinta a la
que estaba acostumbrada hasta ese dia, en su estadia en la sala y en los otros
lugares comunes.
Fue entonces que todas aquellas cosas que le había
exigido las estaba viviendo reflejadas
pero él no era el mismo niño. En esos
momentos me llenaba de preguntas: ¿Por qué ese cambio? ¿Por qué a mí no me
hacia feliz? ¿Por qué esta nueva situación me provocaba el deseo de fugar?
Estaba tendida hacia
un sentido posible, que entonces no emergería inmediatamente, por eso pensé "¡qué chico rebelde!" o
"este chico necesita límites" como alternativas definitivas. Trate de estar a la escucha me movía a la
orilla del sentido, en el que se manifestaba Santiago, aunque no encasillaba esas posibilidades de interpretación. Entonces
parecía interceptada por una encrucijada de supuestos que ya no sentía como válidos
y eso se lo transmitía a él.
Fue así que empecé
a pensar si nuestra actividad diaria, a partir de los parámetros deseables,
condicionaba la actividad y en realidad ¿cómo
hacía para involucrarme con la situación que ya se manifestaba como un problema y buscar alguna solución? ¿Por qué no
respetaba los procesos de cada alumno? y también ¿Cómo trabajar con estos niños?
Santiago cambio y
fue el motor para que los docentes hiciéramos un alto y decidiéramos iniciar la
búsqueda de la reflexión hacia nuevas estrategias que permitieran modificar el
discurso pedagógico y los modos de intervención en el aula. En la búsqueda de
información sobre pensar en Santiago como un niño
índigo encontré esto que cito:
“Hoy el modelo de
enseñanza
es siempre impuesto,
sin mucha interacción, sin escuchar y sin la participación de los alumnos. Este
modelo
es simplemente incompatible con los Índigos, siendo por lo tanto el mayor conflicto,
muchas veces superior al que hay con la familia, principalmente por la falta de
vínculos afectivos y amor.
Como los Índigos poseen una estructura
mental diferente, resuelven problemas
conocidos de una manera diferente, más allá de encontrar formas diferentes de
razonamiento que sacuden el modelo educativo actual. También pude ver que:
Algunos de los patrones de
comportamiento más comunes de este tipo de
niños se expresan así
·
Ellos vienen a este
mundo con un sentimiento de realeza
(y frecuentemente se comportan de ese modo).
·
Ellos tienen la
sensación de "merecer estar aquí" y se sorprenden
cuando otros no comparten eso.
·
La autoestima
no es para los niños índigo un gran tema de preocupación. Con frecuencia les
dicen a sus padres "quiénes son ellos".
·
Ellos tienen dificultad en aceptar una autoridad
absoluta sin ninguna explicación y sin alternativa.
·
Ellos simplemente
no harán ciertas cosas; por ejemplo: esperar en una fila es muy difícil para
ellos.
·
Se frustran con sistemas
rituales que no requieren pensamiento
creativo. (“Los niños índigos”
autor Lee Carroll y Jan Tober - Mayo de 1999)
Tal vez este rumor de la creatividad, que fuertemente lo marcaba Lee Carrol, movilizó nuestras propuestas pedagógicas para colocarlas
del lado de lo sorprendente y dejar que este niño sea motor, es decir
movilizante. Sí, para aprovechar su intervención y ubicarlo en papel de líder y
promotor de dinamismo en el aula, en interacción
con el hecho de enseñar y aprender con sus pares.
Estas características descriptas
sirvieron para que me decidiera y acordara con el Profe de educación física
usar algunas estrategias para potenciar las capacidades de Santiago.
Entonces comenzamos a repensar
nuestra práctica y la propuesta pedagógica alrededor de: Hay que buscar qué
enseñarles y cómo enseñarles, esos contenidos pedagógicos que marca el
currículo, para aprovechar al máximo las capacidades que traen los niños. Ese
suele ser el desvelo que muchos maestros
deberíamos tener, la idea de la permanente reflexión y el encuentro con el otro
que enseña. La pregunta que retorna es ¿Sólo poniendo foco en la enseñanza
generaremos mejores oportunidades de desarrollo para estos niños pequeños?
"Mirar es un gesto hacia adentro, no hacia
afuera", decía Juarroz.
Me resulto especialmente rico analizar de
esta manera mis propios modos de relación continente, es particularmente a través del vínculo creado entre el adulto (padres, docentes) y el niño,
que puede volverse capaz de digerir e
internalizar experiencias.
En el
caso del trabajo con los niños y cualquier alumno; pensando y analizando en
situaciones de gran introspección, y nos
ayudo mucho a transformar modos de intervención.
Pero también
podríamos extenderlo a la relación con cualquier niño, independientemente de su
edad, cuando nos pensamos como acompañantes capaces de alojar sus preocupaciones,
de envolvernos en una relación vincular con nuestros alumnos, con nuestros
equipos de trabajo. ¿Cuánto somos capaces de alojar? ¿Cuánto rechazamos y qué
efectos tiene ese patrón de relación en los niños y con los otros?
Podría
decirlo de un modo más suave: se agotó la experiencia escolar fundada en el
dispositivo pedagógico actual en donde: se reproducen operaciones de modo eficaz a la veloz realidad del mercado, tal vez esta
afirmación sea la que fuertemente atravesó mis cuestionamientos, tal vez por la
experiencia que me envolvió.
Lo vivido con Santiago pudo marcar y me ayudo
a pensar que: derechos, opinión,
consumo, información son realidades compartidas. La verdad, lo que se necesita
son realidades compartidas y no meras experiencias que favorezcan el
aprendizaje, en forma aislada sin pensar en
colectivo
Entonces
coincidimos en los ricos recursos que Santiago poseía, en cómo lo salvaba esa
capacidad de pensar.
La claridad de un
niño de cinco años nos advirtió que la mejor educación no está necesariamente
relacionada con las horas extras de matemática o computación, sino con la
vincularidad, con la capacidad de escucha, con el poder ser uno distinto. Alrededor
de todo esto surgía que:
¿Cómo escuchamos a
los niños pequeños?
Si utilizamos las
mismas respuestas para todos los niños, probablemente haya algo de la escucha
que nos está fallando, porque entonces estaremos haciendo una
"unificación" del sentido.
Los niños son ambiguos,
decía Graciela Montes, los seres humanos en general lo somos. ¿Cómo
convertirnos en seres entregados a la escucha? ¿Qué deberíamos escuchar para
garantizarles a nuestros niños buena compañía, buenos aprendizajes?
Para llegar al fin,
les dejo estos pensamientos muy precisos
“Sino niños con derechos, enanos con una
lucidez sorprendente, bellas y seductoras imágenes mediáticas.
Correlativamente, los adultos hemos dejado de ser los que sabemos sobre la
infancia, para devenir sujetos interpelados por el veloz pensamiento infantil.
Fin de la pedagogía. El tiempo de la postergación, la promesa de ser alguien en
el futuro, ha dejado de ser la temporalidad de la infancia”. (Cristina Corea , Semiologa graduada en Lic en Letras;UBA)
ANA
MARGARITA ESCOBAR
ESCUELA
NORMAL SUPERIOR MANUEL BELGRANO / Santiago del Estero
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