jueves, 2 de agosto de 2012

En Los Bordes De Un Agotamiento



Santiago egresó del jardín de la sala de 5 años hace cuatro años, allá por  el año 2007.  Entonces tenía cinco, cumplidos. Era un niño delicioso, inteligente, espontáneo pero muy revoltoso, de esos con los que es difícil conversar. Jugaba, se divertía y también pensaba solo. Su tiempo, era distinto a los demás, a la clase en general.
 A lo largo de todos esos meses en que Santiago estaba inestable dialogamos mucho con él, siempre le proponía  pensar qué le estaba pasando, también le ponía límites y le decía "esto no puede ser así", pero muchas veces también me detenía  a jugar con él. Si realizaba algo fuera de lo “normal”, no siempre le respondía, otras, si observaba  que estaba demasiado contrariado, no le exigía integrarse al grupo.
Día a día nos sorprendía con sus posturas, se sentaba atrás solo y desde allí en forma impulsiva, en medio de mi clase, decía:” no hagan chicos eso, es una Bolu….., no la escuchen  y con unos sonidos desarticulados como un la la la la la la la la la la la, simulando un canto pensaba  seguramente que así no podrían los otros alumnos escuchar a la seño.  Otras veces, comentaba en voz alta: ¡no hagan, no hagan eso o aquello, o tal cosa ,la seño no sabe,  la seño no sabe, uh uh uh uh.
 Llego un momento que estaba muy agotada, cualquier situación de trabajo que planteaba era motivo para desafiarme. Contrariando mis intervenciones, generando ruidos que molestaban la clase que tenia organizada, creaba un clima de desorden que anulaba mi propuesta.
Hasta allí llegué.
Consulte estos estados de Santiago con un Profesor del Jardín y compartía mis observaciones. Había coincidencias en nuestras opiniones a cerca del niño. Su rapidez, el modo de actuar, la capacidad de respuestas, su constante no querer seguir el ritmo del grupo. Teníamos informes y datos de años anteriores  sobre él y los mismos decían que le fue imposible a las docentes compartir el aula con Santiago.
Busqué y revisé todos los antecedentes de su historia escolar y solo había reclamos del modo en que éste niño se manifestaba en los momentos escolares, casi igual o más acentuadas las formas de compartir con violencia.
En los informes habían juicios y apreciaciones  con resultados poco saludables, en  relación a los  parámetros deseados para las docentes, en función a  los propósitos anuales.
En estos archivos observé reiterados reclamos hacia sus tutores  que tenían que ver con  las actitudes y comportamiento de su hijo
Con este profesor pensamos que Santiago era un niño distinto y hasta lo calificamos de índigo. Nada lo sorprendía, todo era aburrido y él ya lo sabia, pensaba en voz alta, leía todos los textos, resolvía cualquier situación hasta la más difícil y para colmo nos desacreditaba ante el resto de los alumnos.
Fue así que me dispuse hablar con su familia. Unos padres jóvenes, separados en su relación matrimonial, con tenencias acordadas durante el fin de semana. En los encuentros con su padre, el niño recibía recompensas materiales en exceso.
Le comente a su mamá, como se manifestaba Santiago, en que podía colaborar ella para que modificara su actitud y que me estaba irritando fuertemente. Entre esos relatos, del hacer de Santiago,  de todos los días, le dije:…”Mami no atiende, no realiza sus producciones, permanece molestando y no queda quieto. Pero hay algo que tengo que informarte: es muy inteligente, rápido en sus respuestas, sabe leer y hasta contar”. “¿Cómo es posible que siendo así, moleste y no quede quieto? ¿Podrás ayudarme y pedirle a tu manera que cambie su comportamiento?
Luego de esta conversación con la mama de Santiago, después de un fin de semana largo, pasaron unos días. Así  fue que:
Un día en el aula, encontré a Santiago sentado en su mesita y al  saludarlo, como nunca me contestó y allí quedó el resto del día sin ni siquiera ir al baño, jugar  y sin gozar en el patio como lo hacia habitualmente.
Y pasaron varios días en los que el niño seguía con esta misma actitud. Una reacción distinta a la que estaba acostumbrada hasta ese dia, en su estadia en la sala y en los otros lugares comunes. 
 Fue entonces que todas aquellas cosas que le había exigido  las estaba viviendo reflejadas pero él no era  el mismo niño. En esos momentos me llenaba de preguntas: ¿Por qué ese cambio? ¿Por qué a mí no me hacia feliz? ¿Por qué esta nueva situación me provocaba el deseo de fugar?
Estaba tendida hacia un sentido posible, que entonces no emergería inmediatamente, por eso  pensé "¡qué chico rebelde!" o "este chico necesita límites" como alternativas definitivas.  Trate de estar a la escucha me movía a la orilla del sentido, en el que se manifestaba Santiago, aunque  no encasillaba  esas posibilidades de interpretación. Entonces parecía interceptada por una encrucijada de supuestos que ya no sentía como válidos y eso se lo transmitía a él.
Fue así que empecé a pensar si nuestra actividad diaria, a partir de los parámetros deseables, condicionaba la actividad y en realidad  ¿cómo hacía para involucrarme con la situación que ya se manifestaba como un  problema y buscar alguna solución? ¿Por qué no respetaba los procesos de cada alumno? y también ¿Cómo trabajar con estos niños?
Santiago cambio y fue el motor para que los docentes hiciéramos un alto y decidiéramos iniciar la búsqueda de la reflexión hacia nuevas estrategias que permitieran modificar el discurso pedagógico y los modos de intervención en el aula. En la búsqueda de información sobre pensar en Santiago como   un niño índigo encontré esto que cito:
“Hoy el modelo de  enseñanza es siempre impuesto, sin mucha interacción, sin escuchar y sin la participación de los alumnos. Este modelo es simplemente incompatible con los Índigos, siendo por lo tanto el mayor conflicto, muchas veces superior al que hay con la familia, principalmente por la falta de vínculos afectivos y amor. Como los Índigos poseen una estructura mental diferente, resuelven problemas conocidos de una manera diferente, más allá de encontrar formas diferentes de razonamiento que sacuden el modelo educativo actual. También pude ver que:
Algunos de los patrones de comportamiento más comunes de este tipo de niños se expresan así
·       Ellos vienen a este mundo con un sentimiento de realeza (y frecuentemente se comportan de ese modo).
·       Ellos tienen la sensación de "merecer estar aquí" y se sorprenden cuando otros no comparten eso.
·       La autoestima no es para los niños índigo un gran tema de preocupación. Con frecuencia les dicen a sus padres "quiénes son ellos".
·       Ellos tienen dificultad en aceptar una autoridad absoluta sin ninguna explicación y sin alternativa.
·       Ellos simplemente no harán ciertas cosas; por ejemplo: esperar en una fila es muy difícil para ellos.
·       Se frustran con sistemas rituales que no requieren pensamiento creativo. (“Los niños índigos” autor Lee Carroll y Jan Tober - Mayo de 1999)
Tal vez este rumor de la creatividad,  que fuertemente lo marcaba Lee Carrol,  movilizó nuestras propuestas pedagógicas para colocarlas del lado de lo sorprendente y dejar que este niño sea motor, es decir movilizante. Sí, para aprovechar su intervención y ubicarlo en papel de líder y promotor de dinamismo en el aula, en  interacción con el hecho de enseñar y aprender con sus pares.  
Estas características descriptas sirvieron para que me decidiera y acordara con el Profe de educación física usar algunas estrategias para potenciar las capacidades de Santiago.
Entonces comenzamos a repensar nuestra práctica y la propuesta pedagógica alrededor de: Hay que buscar qué enseñarles y cómo enseñarles, esos contenidos pedagógicos que marca el currículo, para aprovechar al máximo las capacidades que traen los niños. Ese suele ser el desvelo que  muchos maestros deberíamos tener, la idea de la permanente reflexión y el encuentro con el otro que enseña. La pregunta que retorna es ¿Sólo poniendo foco en la enseñanza generaremos mejores oportunidades de desarrollo para estos niños pequeños?
"Mirar  es un gesto hacia adentro, no hacia afuera", decía Juarroz.  
Me resulto especialmente rico analizar de esta manera mis propios modos de relación continente, es particularmente a través del vínculo creado  entre el adulto (padres, docentes) y el niño, que  puede volverse capaz de digerir e internalizar experiencias.
  En el caso del trabajo con los niños y cualquier alumno; pensando y analizando en situaciones de gran introspección, y nos  ayudo mucho a transformar modos de intervención.
Pero también podríamos extenderlo a la relación con cualquier niño, independientemente de su edad, cuando nos pensamos como acompañantes capaces de alojar sus preocupaciones, de envolvernos en una relación vincular con nuestros alumnos, con nuestros equipos de trabajo. ¿Cuánto somos capaces de alojar? ¿Cuánto rechazamos y qué efectos tiene ese patrón de relación en los niños y con los otros?
Podría decirlo de un modo más suave: se agotó la experiencia escolar fundada en el dispositivo pedagógico actual en donde: se  reproducen operaciones de modo eficaz  a la veloz realidad del mercado, tal vez esta afirmación sea la que fuertemente atravesó mis cuestionamientos, tal vez por la experiencia  que me envolvió.
 Lo vivido con Santiago pudo marcar y me ayudo a pensar  que: derechos, opinión, consumo, información son realidades compartidas. La verdad, lo que se necesita son realidades compartidas y no meras experiencias que favorezcan el aprendizaje, en forma aislada sin pensar en  colectivo
Entonces coincidimos en los ricos recursos que Santiago poseía, en cómo lo salvaba esa capacidad de pensar.
La claridad de un niño de cinco años nos advirtió que la mejor educación no está necesariamente relacionada con las horas extras de matemática o computación, sino con la vincularidad, con la capacidad de escucha, con el poder ser uno distinto. Alrededor de todo esto surgía que:
¿Cómo escuchamos a los niños pequeños?
Si utilizamos las mismas respuestas para todos los niños, probablemente haya algo de la escucha que nos está fallando, porque entonces estaremos haciendo una "unificación" del sentido.
Los niños son ambiguos, decía Graciela Montes, los seres humanos en general lo somos. ¿Cómo convertirnos en seres entregados a la escucha? ¿Qué deberíamos escuchar para garantizarles a nuestros niños buena compañía, buenos aprendizajes?
Para llegar al fin, les dejo estos pensamientos muy precisos
“Sino niños con derechos, enanos con una lucidez sorprendente, bellas y seductoras imágenes mediáticas. Correlativamente, los adultos hemos dejado de ser los que sabemos sobre la infancia, para devenir sujetos interpelados por el veloz pensamiento infantil. Fin de la pedagogía. El tiempo de la postergación, la promesa de ser alguien en el futuro, ha dejado de ser la temporalidad de la infancia”. (Cristina Corea , Semiologa graduada en Lic en Letras;UBA)


ANA MARGARITA ESCOBAR
ESCUELA NORMAL SUPERIOR MANUEL BELGRANO / Santiago del Estero






No hay comentarios.: