Desde siempre, se sabe que no puede haber actividad matemática a proponer, que no sea un problema.
Hacer matemática, significa resolver problemas. ¿Qué problemas? ¿Problemas de quién?
Cada vez que existe un inconveniente en el camino y que el pensamiento reflexivo sale a su encuentro con el propósito de disiparlo, ese inconveniente, ese obstáculo, de cualquier índole que sea, si ha provocado tensión en el alumno e interés por salvarlo, representa un problema. En el alumno..., porque la situación planteada debe convertirse en “problema” para él. Porque lo cierto es que, el alumno, sólo intentará resolver lo que le interesa.
Entonces, ¿cómo estimular su interés?
Una manera sería provocando curiosidad y otra, por qué no, tratando de satisfacer el espíritu lúdico.
Y así fue. En tiempos de maestra (antes de ser profesora de matemática trabajé muchos años en la escuela primaria) el juego siempre estaba presente; en grados bajos sin duda, aunque siempre me gustó hacerlo en grados altos también, pues era mi modo de captar el interés de los chicos, particularmente cuando éstos venían de hogares en los que prevalecían las exigencias de trabajo ante las posibilidades de jugar (¿el niño sólo debe jugar y estudiar?). Además, es tan gratificante por ejemplo rodar por el piso y ensuciarse para enseñar un tipo de movimiento, que me pregunté: ¿por qué no hacer algo otra vez?
¡Pero ahora estaba en la secundaria!
No lo pensé demasiado.
En 8º año, a comienzos del ciclo lectivo y con alumnos nuevos para mí, en oportunidad de estar trabajando con los números naturales, operaciones con números naturales y ecuaciones, al ver que no había mucha onda, y que la cosa era un tanto “pesada” porque, como de costumbre, al estar en secundaria, erróneamente uno cree que sólo hay que guardar formas, rigor matemático, etc., etc. y se olvida que también existe la gran posibilidad de jugar, organicé un Bingo Matemático. Además, debo decir que los años de trabajo me fueron demostrando que la presentación “un tanto fría” de la matemática produce ansiedad, desazón, desagrado hacia su aprendizaje y en definitiva, sus bondades, no llegan a todos los alumnos como es de desear. En consecuencia pensé, ¿por qué no un enfoque recreativo que apoyara la presentación formal y con ello la eventualidad de crear actitudes positivas hacia su aprendizaje como así también mostrar la potencia modeladora de la matemática?
La elección de jugar al Bingo y no otro juego, fue motivada simplemente porque en la ciudad estaba de moda la gran sala de bingo, porque vi que había maneras de relacionarlo con los contenidos que desarrollaba en ese momento y además porque estimé que mis alumnos podrían engancharse en el aula, dado que al lugar de juego propiamente dicho, no podían ir por razones de edad.
En concreto, para el juego, se confeccionaron los cartones de modo que cada alumno tuviera por lo menos 2 (dos) para jugar, se reemplazaron los tradicionales bolillos numerados, por 99 (noventa y nueve) fichas en las que figuraba, en cada una de ellas, un problema matemático, como por ejemplo: ”Dos veces la edad de Ana aumentada en tres es igual a trece. ¿Cuántos años tiene Ana?”. Luego se establecieron las reglas del juego: se repartirían dos cartones a cada jugador, sin elección; el niño cantor, elegido por sus pares, sacaría la ficha de una caja y leería la consigna de trabajo al resto del curso para que la resuelva; se jugaría a completar la línea o el cartón; el premio a la línea sería un caramelo y al cartón un chupetín.
El juego se llevó a cabo, y tuvo aceptación. Resultó interesante para algunos, porque era un modo poco común de estar frente a problemas y además, los sacó de la rutina de lo “formal”; atractivo y novedoso para otros que no tenían mucha idea del juego en sí y se sumaron más por jugar que por otra cosa; pero sobre todo, permitió que se integraran aquellos alumnos con escaso interés habitual, esos chicos que son apáticos, a los que todo les parece aburrido, que nada les conviene ni les impresiona y también aquellos que no trascienden en la hora de clase porque no se animan a participar. Y lo más importante: ¡Resolvieron problemas sin protestar! ¡Y los números, las operaciones, las propiedades, las ecuaciones estaban en boca de todos! Y las operaciones mentales, se convirtieron en la “vedette” del momento.
No tuve dudas. El juego había sido el responsable de la situación alcanzada. Tal vez hubo sólo deseos por el premio, pero... funcionó. El aula se convirtió en un lindo taller. Ante la duda de alguno para resolver el problema propuesto, no ha faltado aquel otro que pasó al frente, tomó una tiza y dio las explicaciones necesarias. Entre ellos aparecieron las correcciones que hacían falta para llegar al resultado buscado. Como nunca, la solidaridad, el compañerismo, las ganas de ayudar, (¿la necesidad de pasar rápido al siguiente problema para completar línea o cartón?), los conceptos matemáticos, la interpretación, el uso de lenguajes de la matemática se hicieron presentes. Y digo como nunca, porque no había visto tanto movimiento en clases anteriores, ni ese deseo de resolver un problema planteado, ni tanta predisposición frente a la materia.
Cuando ya se habían jugado varias partidas, un grupo hizo la propuesta de cambiar los problemas puesto que estaban resolviendo los mismos y ya no les resultaban “difíciles”. En consecuencia, se introdujo como variante la confección de otras consignas para reemplazar a las usadas hasta el momento. Cada alumno debió cumplir con la tarea de escribir tres problemas para obtener tres números distintos. Por ejemplo: Ana planteó las consignas para obtener los resultados 4, 5 y 6. Ellos se organizaron de modo que se cubriera cada número, desde el 1 al 99. Al momento de jugar hicieron las correcciones necesarias para aquel problema que no estaba bien “armado” para tal o cual resultado (en cada ficha estaba atrás el nombre del autor y el número al que debía llegar). A mi juicio, esta instancia fue sumamente positiva. Los chicos se sentían como “matemáticos” pues de algún modo, por el momento, habían superado el obstáculo de resolver un problema para pasar a ser creadores de un problema. Recuerdo cuando uno de ellos prácticamente gritaba: ¡ Yo lo hice! ¡Inventé un problema!
Por supuesto que no todo fue “así de fácil”. En esta segunda parte del trabajo, aparecieron las dificultades relacionadas con la manera de escribir, los signos de puntuación, la correcta elaboración de un problema para que se considere como tal, la estructura de una oración, las propiedades matemáticas, ...Todo se fue solucionando, paso a paso ( a mi, me salió la “maestra” que llevo dentro y exigí buena letra, ortografía, redacción, etc. además del rigor matemático correspondiente) y lo que había sido pensado para una clase, se convirtió en el trabajo de una semana. O más, porque el comentario de lo hecho en un curso se extendió a otras divisiones y todos jugaron al Bingo. No fue en vano. Personalmente, me sentí gratificada: todos trabajaron.
¿Qué me queda de esta experiencia?
Con este planteo didáctico, he visto que no sólo permitimos sino que favorecemos el hecho de que cada uno pueda utilizar la matemática desde su propio nivel de conceptualización y desde el grado de dominio que tenga de cada operación matemática; he observado que es posible alternar entre momentos de trabajo “serio y formal” y momentos de juego; he comprobado (pues ha quedado demostrado) que se pueden elaborar juegos que se van creando y construyendo con los chicos y que el juego es un medio eficaz para el desarrollo cognitivo; he confirmado que cuando no hay juego en la forma de trabajar, el aprendizaje deja de ser placentero y pasa a ser una obligación alejada de la realidad, en cambio cuando hay juego se suman elementos positivos en la predisposición de los alumnos frente a la materia; he ratificado que es mucho más firme, puro, natural y auténtico el proceso de aprendizaje cuando existe un compromiso del “yo” en tratar de resolver un problema (y el juego tuvo mucho que ver en alcanzar ese compromiso).
Veo necesario, seguir trabajando con la alternancia de diferentes estrategias en la búsqueda de dar respuesta a las dificultades de aprendizaje que día a día se presentan, y seguir tratando de abrir la mente en esto de animarnos a revisar el desencuentro entre lo que la escuela propone y lo que los chicos desean o necesitan. A la matemática, es posible enseñarla de tal forma que el alumno la aprecie, que le resulte placentera. Y que además le sirva para razonar, para desarrollar su creatividad y conectarse de manera realista con el mundo de hoy.
A modo de conclusión, deseo expresar que siento el agrado de haber realizado la experiencia y un gran placer al haber redactado esta breve narrativa. Tengo la impresión de estar por un buen rumbo cuando pienso y actúo como lo hago, y deseo que lo que escribí, sume aportes para algún otro docente (u otros docentes) que se encuentre en el mismo camino que el que hoy transito (en realidad desde hace veintidós años y un poco más).
MARÍA INÉS GIAILEOLA
Profesora para la enseñanza primaria.
Profesora de matemática, física y cosmografía.
1 comentario:
felicitaciones Profe!!
F: Belen Giaileola
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