martes, 3 de junio de 2008

Diario de un preceptor:practica de la que poco se habla

“…Los relatos constituyen instrumentos poderosos

…hacen creer y hacen hacer (…)

Por las historias, los lugares se tornan habitables

Habitar es narrativizar. Fomentar esta narratividad

También es, por lo tanto, rehabilitar. Hay que

Despertar las historias que duermen en las calles…

Michel de Centeau y

Luce Girza (1.999)

Me propuse escribir…para ello intentaré desprenderme de lo que más pueda de aquellas teorías a las que adhiero y las cuales inundan el discurso del deber ser…menuda tarea de quien se atreve a vaciarse de contenidos que la forman. De hecho, sé que estoy ante el fracaso total ,aún así me urge la insistencia solo de narrar lo que vivo-vivimos…en estas historias que duermen casi insomnes en los pasillos…en todos los lugares y no lugares que nos dibuja la escuela…Voy a arremeter con ira todos los designios sobre el “metaforeo” redundante que digan que las cosas son como son, voy a dudar de mí en cada palabra que imprima y voy a buscar ser lo más explícita en aquello que no se ve , en lo dormido, en lo oculto, en lo ocultado del hacer… Urdiré los pliegues de mi hacer hasta que la tinta de mi bic deje un trazo que habiliten este hacer… Mi práctica de preceptor no buscaré definiciones que me amparen o resguarden, voy a lanzarme sin paracaídas, con la sola estrella de tratar de ser lo mas fiel a lo que en la práctica realizo.

Mi rol de preceptor es breve e intenso por lo emotivo que en el encuentro, por lo tanto escribo desde la inexpertez…Diría no lo lean y jajá

No escribe la autoridad, pero me autorizo a hacerlo… quizás para despertar fantasmas, siempre pensé que un preceptor era solo eso y nunca me preocupé por urdir el mundo subterráneo de la práctica; de estudiante fueron para mí: los que tomaban la asistencia y controlaban la disciplina, de profesional me representaron valiosos colaboradores- a quienes en verdad pocas veces extrañé para desarrollar mi hacer-

Pero algo cambió…en el momento menos pensado tuve la oportunidad de hacer un reemplazo. Al principio dudé bastante, estábamos a fin de año yo ya tenia todo previsto para irme en la noche del último examen que tomaría en el IFD, venia de un año de muchas exigencias académicas, cursaba mi especialización en la universidad, lo único que pensaba era volver a ver a mis hijos y para aceptar el cargo .Tenia que hacer tantos papeles por un mes de trabajo que encima me iba a prolongar la separación familiar…pero algunas cosas hicieron ruido en mi mente desde luego no todas vinculadas a la vocación (¡já! ) Pensé en dos cuestiones que redundarían en beneficios utilitarios (Mmm) Una la menos santa que cobraría, serviría para disfrutar con mis hijos, la otra, esta muy ligada a mi formación, seria una buena oportunidad para trabajar con adolescentes, acercarme a ellos y esto serviría a mi trabajo final de Pos-grado. Confieso que las cosas no se desarrollaron acorde a mis pecados de avaricia (tener, saber…ja/ja) Pero me dieron y dan tanto que sería muy pecadora (egoísta) si no dejara este relato para la posteridad –lean las ratitas, que alguna vez harán un festín con mis papeles. jajá-

La suplencia no ceso en diciembre, tampoco cobré en mis vacaciones, entonces no gastaos esos dineros con mis cachorrotes- si no que el Estado protector me ahorró mis haberes y cuando retorné a mi tarea en este presente año; me abonaron la deuda y con mi esfuerzo pagué mi carrera- la cual estaba a punto de terminar de cursar con la cual tenia morosidad.

O sea este rol por el cual poco me pregunté durante años empezó haciéndome un “regalo” que fue un alivio contable. En cuanto a mi último propósito hacer una intervención con adolescentes para cumplimentar mi trabajo final tampoco sucedió…. Pues empecé este año a intervenir a desandar el mundo de preceptora no para recibirme de especialista; sino para adentrarme en un hacer en el cual no tuve formación didáctica para hacerlo, y en el que en el día a día se juega no solo la práctica del rol sino mi postura personal sobre “el otro”: mis alumnos , esas y esos adolescentes con las/os cuales cada mañana nos encontramos y sacan de mi ser cuestiones que ni yo entiendo…no se por que? ni si en todas partes es así pero hay algunos “rituales” que se juegan, hay modos de decir “somos adolescentes” y formas de decir “Soy adulto”… uno lee mucho no solo por la especialización en adolescencia que hice sino porque en estos tiempos hay muchos Programas muy buenos que el Ministerio ofrece (en entre otras) Me encanta ¡pero a veces me da temor que nos pase como en la época de la transformación educativa. En ese tiempo todos hablábamos, dábamos, asistíamos a formación en teorías de aprendizaje, todo éramos constructivistas-pecado nombrar el conductismo-todos partíamos del aprendizaje significativo, la psicogénesis y terminamos enseñando menos poco, casi… en fin. Hoy todos “discurseamos” de culturas juveniles, de inclusión, de y de…y me persigno.

Por si nos olvidamos (¡ojala! sea solo paranoia) de ser adultos que cuidemos, que pongamos límites, que enseñamos, que incluyamos asegurando a todos ser partícipe de la cultura y protagonistas de su tiempo, si no logramos verlos como sujetos de derecho y solo los vemos como adolescentes. Bueno ¡basta! me puse cursi y me vino el devaneo “intelectualizado” ¡je, jé!

No podría decir que la historia que escribo existe solo por que yo sea la desgranadora de sus hilos. Mi práctica, mi rol este que vivo y convivo con los otros, sucede aquí , en esta escuela, en este turno y en este espacio (planta alta).por ello esta historia aunque se mezcle con otra historia y se ensambla en una historia institucional , con su espacio y tiempo; es única y vale narrarla..

Cómo dije entre nos-alumnos y preceptores-se juegan algunos “rituales” distintos a los que viví como alumna. Antes del toque de timbre los prece (no todos) subimos en busca de “los principitos y principitas” como dice una colega eh aquí que los “pequeños” hacen honor a su abolengo y esperan –ser buscados diariamente para asistir al izamiento de la Bandera. Este hacer, lejos de producir malestar, produce alegrías, miradas y comentarios cómplices entre preceptoras acerca de si están dormidos, con ganas de no bajar… en Fin vamos aula por aula de nuestras alas , saludamos y los invitamos con un “vamos chicos”, ellos caminan pausadamente, se dejan caer sobre algún banco…entonces nuestras manos sobre el hombro y un “vamos” dan mucho efecto..Juro que lo que narro no es sacado de un cuento “maravilloso”… los chicos, nuestros alumnos /as responden -a su manera- de forma positiva a esos “rituales” de encuentro, entonces sus pasos se hacen más rápidos, y su voces se escuchan más porque van contándose todo…la formación es otro “ritual” donde ellos hacen notar que no alcanzó esta invitación primera para formar fila, entonces sucede que de nuevo nuestra mano toca sutilmente el hombro y se empiezan a organizar en filas. No todos los prece practicamos estos ritos, pero no soy la única…y veo que este acercamiento predispone a un mejor encuentro (todos estamos mas o menos malhumorados temprano o estamos casi sin ganas de entrar en actividades) Así es que alumnos y prece nos pasamos energía para una jornada que siempre tiene su misterio por más programada que estén….

El día a día de ser “Prece”, como me llaman los chicos, es una aventura maravillosa. Digo aventura pues cada hacer con los alumnos son una serie de “sucesos extraños” para lo cual no nos han formado el Profesorado; implica riesgo, en el sentido de arriesgar la tranquilidad, la burocracia del rol; que básicamente remite a tomar asistencia, asistir a los profesores y controlar la disciplina.

En este quiebre de la práctica se juega lo maravilloso de ser PRECEPTOR... Antes de seguir narrando este hacer, quiero decir que escribo solo para “despistar los fantasmas” que moran en mi mente, no hay intención de erigirme en referencia ni decir así se debe trabajar pues entiendo que es algo personal que se juega diariamente en mi rol, que va más allá de mi formación y deber, y que se vincula a la postura personal que tengo frente a los chicos. Ellos sin lugar a dudas son sujetos de derecho y yo el adulto responsable, esencialmente este es el eje desde donde intervengo y también debo reconocer que detrás de cada una de las acciones que llevo a cabo, está un pus que excede ampliamente al de mis honorarios ($ 680, bajo, bajo - pero planteos gremiales aquí NO)

Este “pus” es la red afectiva que circula entre ellos y yo. Algo que realmente me da alegría, que no me cansa y que me sirve de energía para resistir en otros roles del sistema donde el estereotipo y las características del trabajo tensionan mi vida cotidiana.

Bueno, paro con esto, definitivamente soy feliz con ellos y no crean que la felicidad es algo dado y fácil, muy por el contrario, es un esfuerzo constante por buscar que los territorios de la escuela interpreten a estos jóvenes en su condición de adolescentes. No desde el lugar del dejar hacer sino desde el respeto por sus derechos y por otra parte es un trabajo con los jóvenes: para asumir responsabilidades, entender que hay otro mundo posible y que ellos merecen participar y que para ello hay desafíos, vencer resistencia, no victimizarse, romper con el prejuicio -especialmente- de nosotros los adultos.

Muchas cosas atravesaron mi hacer el presente año; la mayoría asociada al dolor, el sufrimiento al riesgo social al que están inmersos los alumnos.

Por ello desde el primer día procuré estar cerca de ellos, conocer su vida - no por chusma, ja ja!- convertirme en un adulto confiable en el sentido que no soy la compinche sino la persona que los acompaña y gestiona las acciones necesarias para garantizar que su derecho a educarse no sea vulnerado.

Los primeros días trabajamos sobre la construcción del grupo reconociendo las dificultades pero planteándonos desde el pensar las fortalezas para apoyarse y lograr las metas.

El diálogo grupal y una entrevista individual fueron los primeros datos para reconocernos y pensar el año desde mi lugar de preceptora. Esta información fue socializada con los profes de manera informal y personal. El sentido de este hacer se basó en las limitaciones de tiempo que tienen los docentes: salen de un curso, pasan a otro y algunos en otras escuelas; por ello adopté que toda información pertinente les haga conocer en el día a día, salvo en alguna excepción puntual que necesite el aporte de los docentes, para intervenir con un alumno. Entonces diseñé y apliqué una encuesta donde los profes respondían sobre aspectos personales y académicos del alumno.

Esta decisión la tomé de manera casi intuitiva dado que se venían planteando situaciones respecto a un alumno, la cual a mi entender lo estigmatizaban y potenciaba las conductas disruptivas y las vinculadas al margen de la ley.

Antes de relatar esta intervención volveré sobre como nos constituimos como grupo, digo nos constituimos pues el desafío fue formar parte de su mundo escolar, y para ello nos debíamos conocer y reconocer como sujetos potentes y a la vez limitados. Esa manera de reflexionar, nos llevó a pensarnos desde la heterogeneidad como un grupo con potencia para aprender no solo lo académico sino lo actitudinal y vincular que fue el énfasis que puse dado mi rol. Aquí quiero detenerme para retomar lo de la “aventura maravillosa” de ser Prece, siento que el hecho que desde mi hacer no está mediado por la evaluación hace que las acciones sean posibles. Los jóvenes, contrariamente a lo que muchos piensan, tienen todos mucho por dar, solo que hay que ayudarlos a que ellos confíen en ellos mismos, se sientan valorados -no juzgados- y reconocidos. Ellos saben aceptar las normas en la medida que son claras, justas y no arbitrarias; les gusta establecer acuerdos y tienen un manantial de empatía que está al alcance de nuestras manos, si sabemos llegar a ellos desde el respeto y la alegría.

A los jóvenes les gusta vernos felices, que respondamos bien, que les demos respuestas a sus demandas... y aunque no se crea, les agrada que se les pongan límites. Pero ellos son implacables más allá de todos los riesgos que puedan poner al vilo de lo no legal, ellos prefieren respetar a ultranza a quienes consideran merecedor de respeto. Para ellos el docente que enseña, el adulto que no se contradice, el que le muestra el camino sin apelar a medios de coerción ni de erigirse perfectos son los merecedores de sus respetos.

Trabajé con dos cursos de Primer Año, cada uno de los cursos era un universo con sus características particulares.

Mi acercamiento, involucramiento, acompañamiento se vinculó de manera grupal o individual según la situación.

Debo decir que todo lo desandado fue posible porque el Equipo de Gestión supo apoyar mis intervenciones y confió en mis decisiones profesionales. Esto es fundamental ya que no solo repercutió en mi tarea profesional sino también en mi vida en general. No es una cuestión menor saberse reconocido por los superiores y que ellos confíen en nuestro hacer, dado que las respuesta a los problemas que van surgiendo en el día a día, no son caminos transitados y todo hacer exige abrir senderos donde el riesgo a equivocarse no debe paralizar.

Todo el hacer me exigió mirar más allá de lo evidente, romper lo establecido dado que pensar que todo está bien solo porque los chicos cumplen las normas es mirar solo una parte, más allá del buen trato y el respeto que nos proferimos alumnos y Prece, hay realidades que no se pueden soslayar y que implicó pensar otras maneras de hacer el rol -que para mi es nuevo, novedoso, desafiante y de mucho compromiso-. No podía quedarme con la postura cómoda “los chicos son buenitos”, “no rompen cosas”, “se manejan bien” o “ni no me jodan, que hagan lo que quieran” o “yo me rijo con el reglamento”. Debía urdir más allá de lo construido y que rozaba con aquellas cuestiones de la vida personal que los atraviesa y que traen a la escuela. Tuve que ser cauta, soy Prece, no psicóloga ni asistente social pero algo debía dar para que los chicos tengan más oportunidades.

Repito, no podría haber ensayado este andar si no hubiera encontrado eco en mis superiores ni mucho menos si mis colegas preceptores hubieran obturado mi hacer. Cuando llegué a esta escuela, me tocó desempeñarme en la planta alta, allí conocí a un grupo humano excelente y lo que más me gustó fue el trato con los jóvenes, ellos -mis colegas- no son preceptores que no gritan, ofenden, por el contrario todos tienen un diálogo y un hacer basado en el respeto y la contención. Aproveché estas circunstancias y dejé ver claramente desde el principio cual era mi idea de trabajo con los jóvenes. Mis pares, me apoyaron, y entre todos buscamos en el día a día que los alumnos encuentren un lugar afable, un espacio de respeto y cuidado queremos que ellos vengan, se queden en la escuela, que la añoren, pues creemos que si esto es posible, estamos haciéndole un camino muy importante para que los profes enseñen. Si los chicos no dejan la escuela, si están en el sistema hay mayores posibilidades de aprendizaje y por ende de cambiar sus trayectorias de vida.

No bien empezó el año, luego de habernos conocido y sabiendo que uno de los cursos presentaba mayores retos debido a las trayectorias personales de los alumnos: los alumnos provenían de distintas escuelas del medio y de otras zonas rurales, tenia una alumna que había vivido en Israel y recién llegaba a Argentina -sus padres migraron por la crisis económica y volvieron huyendo de la guerra-, tenia alumnas que trabajaban en tareas domésticas, hijos sin madre y con padre en la cárcel; un alumno que cuando sus padres se separaron fue a vivir con sus abuelos, luego murió su abuela y quedó con su abuelo -viejo y enfermo-, él vivía prácticamente solo, lo mismo otro que vivía solo con su hermano un poco mayor dado que sus padres se separaron y cada uno “vivió su vida”; conocer esto fue muy importante pues ayudó a tomar decisiones que acompañaron a los jóvenes, las cuales en su mayoría fueron exitosas. Por supuesto que aquí el mérito puro es de ellos que se prendieron de la piola que les tiré y pudieron sortear un año que no fue simple, que no terminó de la mejor manera en todos los casos -los menos- pero ayudó a que muchos de ellos hayan encontrado en la escuela un “territorio donde lo humano es posible”.

Debo reconocer que no estoy a favor de las amonestaciones, al menos en el sentido que se las aplica. Considero que es un proceso burocrático que no modifica nada y que lo único que hace es poner en mayor riesgo a los jóvenes.

Pues expulsar es sumar desventajas.

A pesar de que creo que las amonestaciones sin más trato que el de la aplicación de un mecanismo coercitivo es un instrumento legal expulsivo; están vigentes y se aplica en la escuela. Ante esto y “conociendo el paño” -como decía mi abuela- a “los lulucitos” (trato afectivo con los cuales me refiero a ellos cuando estamos dialogando entre preceptores) ya dije que una colega llama “de príncipes y principitas” a sus alumnos; entonces a los míos otra colega les llama “los pequeños lulu de...” en fin, una manera de acariciar a estos jóvenes que muchas veces se le agrega a sus condiciones de vida, cargas que hace que su existencia no sea tan simple a los 15 o 16 años.

Sabiendo las normas a las que pueden apelar los docentes para ejercer “el control” y sabiendo “el paño” de los alumnos -debido a su edad y su historia- los pondría en algún momento ante alguna disrupción y su sanción; lo que potencia que esto se repita, dado que a mi entender un joven amonestado adquiere un mote, un rótulo que lo estigmatiza y por ende genera un efecto pigmaleón.

El docente sabe por su colega, por otro adulto o por experiencia propia que un joven fue amonestado por x motivo y generalmente termina utilizando el mismo medio para controlar: la sanción.

Ante esto me propuse que mis alumnos no cayeran en el artificio burocrático de las amonestaciones, para ello debía trabajar con ellos para que sus conductas sean las apropiadas al mundo escolar y por supuesto a la vida. Pero no es simple -los chicos se ríen, gritan, saltan, usan el celular, escucha MP3, van al baño en horario de clase- los llamo “los caminadores” luego diré por qué y el costo que tuvo para ellos la práctica de este deporte ja! ja!; ya reflexionamos sobre ello al fin de la clase.

Esta manera de disrumpir en las clases son camino seguro a ser amonestado.

Entonces ¿qué hacer? ¿Cómo poder torcer una práctica institucionalizada? ¿Cómo expresar sin generar choques con mis pares docentes que mis alumnos no debían ser amonestados - pues los ponen en mayor riesgo?

A veces la vida nos da respuesta a través de otras acciones, y fue así que encontré un atajo para empezar lo que fue mi reto y el inicio de algo que posibilitó que todos los jóvenes con mayor riesgo social terminaran sus clases y la mayoría con buen rendimiento (y no es que le cambie la nota en la libreta ja! ja! - humor negro).

Para proteger su identidad llamaré 1º “Sol” y 1º “Luna”.

Pues ante todo lucho por preservarlo de todos los prejuicios que los acosan.

El curso “Sol” -del cual describí alguna historia de los alumnos- presentaba a simple vista mayores problemáticas que el curso “Luna” pero paradójicamente quien me lanzó al ruedo en mis intervenciones fueron “los luneros”. Este curso presentaba una mayor cantidad de alumnos de buen rendimiento escolar, provenían de clase media y en menor medida había hijos de padres de clases populares.

Los alumnos no fueron disruptivos, la mayoría sabia ejercer muy bien “el oficio de alumnos” contrariamente los “soles” jugaban todo el tiempo, energía desmedida, llegar tarde luego del recreo, buscarlos, traerlos fue el ejercicio físico que me aportaron diariamente, ir por ellos me llevó kilómetros que desde luego reportó en beneficio de mi vida sedentaria.

Como dije en los “lunas” me “saltó la ficha”, antes del toque de timbre para ir al izado de la bandera, subo a buscarlos y entonces entre los ritos de tocar sus hombros para que bajen, uno de ellos me llamó para que viera un video en su celular y todos me rodearon -grande fue mi sorpresa al ver con horror esas imágenes horribles de la operación de una persona.

Traté de que ellos no se intimiden frente a mi postura y comenzamos un diálogo -yo obviamente estaba al borde del vómito, ver rodar una cabeza a las 730 de la mañana y que los jóvenes consuman esto, es de terror!-.

Me contaron que circula por Internet y que ellos lo bajan y se lo pasan, luego de hablar no pude con mi genio y me salió la madre que llevo adentro y les hablé a los varones como si fueran ellos mi hijo, les dije que de bueno tiene ver ese horror ¿por qué no tenían una foto de una chica bonita en vez de esa tragedia?.

Bajamos, yo nauseosa y sorprendida, pero no por desconocimiento pues uno sabe toda la basura que pueden consumir los jóvenes; sino porque esto marcaba un punto que yo no podía dejar de ver e intervenir.

Volví y decidí no decirle nada a mis pares pues quería respetar la identidad de quienes me habían confiado y aun no tenía la suficiente confianza en mis compañeras como para hablar. Entonces decidí hablar con la Asesora Pedagógica, quien fue mi Profe y mi musa para desarrollarme en el arte de enseñar; si bien reconocía que ella era conservadora sabía que estaba haciendo una Maestría en la misma Facultad donde hago mi Especialización en Adolescencia, entonces dije voy por ella pues necesito trabajar con esto. Se lo planteé, se interesó mucho, hicimos algunas elucubraciones teóricas pero en práctica estábamos cero.

Más tarde aprendí que con ellos -adolescentes- como en toda práctica social siempre se está navegando en aguas turbulentas, que cambian segundo a segundo por lo cual siempre se parte con una sensación de estar cero.

En la escuela no tenemos Gabinete a pesar de contar con más .... alumnos.

Pero sabía que en Nivel Terciario de la Escuela el Departamento de Capacitación contaba con una Psicopedagoga -la cual cuenta con muy pocas horas cátedra (5) pero con un don profesional y humano maravilloso. Le propuse a la Asesora que solicite que la Psicopedagoga trabaje en esas horas con alumnos que lo necesite. La Asesora gestionó y la Psicopedagoga al otro día me daba el primer turno, que desde luego fue una entrevista conmigo. Así empezamos a tientas, con mucho esfuerzo y ganas, a desandar un hacer que excede al trabajo en el horario escolar. Pues la entrevistas, los seguimientos se lo hace a contraturno. Es decir debía ir por la tarde al horario de la Psicopedagoga o ella venia a la mañana en mi horario.

El teléfono fue nuestro puente inmediato en situaciones extremas que hubo y donde había riesgo para los chicos (luego los relataré).

Así fue la base de lo que poco a poco se fue perfilando con mayor fuerza:

Mis alumnos no se los amonestan, ellos van a la Psicopedagoga, claro que esto no fue gratis, pues institucionalizar una práctica no es imponer. Muchas bromas doble sentido, algunos saludos menos, un poco de mirada de recelo y comentarios no elogiosos fueron solo un filtro por el cual se “coló” este hacer que contó en definitiva con mucho más apoyo que resistencia. No solo instalamos el trabajo con la Psicopedagoga, sino que las jornadas institucionales tuvieron por eje la adolescencia, las culturas juveniles y como soporte para entender al sujeto de aprendizaje, en base de esto se hizo propuestas para P.C.I., luego se convocó a profesionales para un trabajo con los docentes de los cursos “Sol” y “Luna” y más tarde para todos los docentes.

En definitiva, en medio de los grandes riesgos que atravesaron los jóvenes la escuela supo dar respuestas y esto fue posible porque hubo una cadena de responsabilidades; que sin ser engreída y ostentosa pero si revalorizando al rol el cual es devaluado no solo desde el sueldo sino también de la representación simbólica que se tiene dentro de las escuelas: “tomadores de asistencia y de café”, “no hacen nada” digo que las respuestas empezaron por el eslabón del Prece quien al estar en contacto con los alumnos y al asumir el rol de adulto responsable gestiono a otros eslabones y así estos, hasta llegar a los Directivos quienes entendieron que nuestra escuela debe no solo por obligación, hacer un lugar para todos los chicos.

El hecho que los docentes de los cursos donde ejerzo mi rol tenga asistencia técnico-profesional no fue casual, surgió luego que un fin de semana alumnos de mis cursos desarrollaron actividades al margen de la ley por lo cual fueron detenidos.

Llegar al lunes y saber que dos “luluatos” estaban en prisión me dio un cimbronazo, sentí que algo no había hecho por ellos pero rápidamente reflexioné y dejé de culparme por lo que está fuera de mi alcance y decidí trabajar por lo que sí podía hacer: que los chicos vuelvan a clase inmediatamente, a que se los libere, y que el curso esté preparado para la vuelta de ellos, hablamos con los alumnos -por eso sostendré hasta el fin más allá de todo lo que viven, lo que transgreden, siempre hay que insistir con ellos, no bajar los brazos, a veces en medio de las tinieblas se enciende un fósforo y se hace posible buscar un rumbo para vivir dignamente.

Charlar con los chicos, desdramatizar la situación, romper la imagen de ídolos por transgredir, descartar todo acto que lleve a lastimar, juzgar por los errores cometidos. aprendí mucho con ello, especialmente a ser más transparente, menos hipócrita... les debo tanto la generosidad de compartir los secretos en busca de mejorar su vida o la de un compañero. Allí acordamos en acompañar sin prejuicios pero sin concesiones que potencien los actos no legales.

Mi mayor placer -en medio de lo que me dolió que hayan sido judicializados- fue verlos inmediatamente en clase, el abrazo y los ojos que brillaban decían todo; luego de manera individual trabajamos sobre esta nueva etapa en la escuela; mi brazo en el hombro fue el gesto certero de decir no comparto lo que has hecho pero estoy aquí para que sigamos buscando otro mundo que mereces vivir, un lugar no desde la marginalidad sino desde tu derecho a participar de los bienes de la humanidad.

El Equipo Profesional trabajó sobre las actitudes de los docentes, en fin, no es fácil pero todo aportó para que los chicos sigan estudiando. Por supuesto no fue tan simple, en alguna circunstancia tuve que jugarme entre hacer oído sordo o hacer respetar el derecho de estos chicos a no ser estigmatizados, ni humillados por algún docente con comentarios no adecuados. Un informe de situación elaborado luego de que el curso me plantearan los términos con los que un docente incriminó a los alumnos con problema con la ley, alcanzó para poner punto final a una situación que no debía suceder, por suerte, el docente en cuestión luego de un diálogo profesional conmigo y más tarde con la directiva, asumió una actitud positiva y todo pasó. Esto también nos enseña a todos, aprendemos que no debemos decir cosas ofensivas, que se debe pedir disculpas y aceptarlas, que los chicos no están solos en la escuela, entre las paredes de casi 100 años.

Hay adultos que los cuidan, que reparan cuando hieren pero sobre todo hay un lugar para todos en el “Sol” y en la “Luna”.

Espero que la fiaca de las vacaciones no me deje sin ganas de contar pues dije solo un poquitito de tantas cosas vividas y por supuesto no dije nada de las experiencias positivas que desandamos.

Cuando me vuelvan a acosar los fantasmas de los recuerdos de un año singular y que no quiero olvidar pues aprendí, disfruté y sentí pasión por este rol: Preceptor; entonces empezaré a destejer los relatos de los viajes de estudio que emprendí de “metiche” (o sea metida, así me llaman algunos pares) con la Profe de Geografía, aprendí junto con mis alumnos muchas cosas, diría que descubrí una veta de antropóloga (frustrada) y muchos de ellos encendieron su pasión por la investigación y la sensibilidad por lo social. ¿Qué puedo decir antes de irme? Simplemente:

- No sabía hacer nada de este rol, todo lo que hice fue voluntad y postura personal frente a los jóvenes como sujetos de derecho.

- Lo pude hacer porque me apoyaron.

- Resultó -a pesar de las circunstancias y limitaciones- muy positivo.

- Los alumnos/as me regalaron tanto afecto, que para mi fue terapéutica su presencia a pesar de los caos.

- Mi reto: seguir contando lo transitado.

- Mi pedido: que el que lea el relato no crea que lo digo para decir que es lo correcto en el hacer, sino que me motiva escribir -ya dije- esos fantasmas que me rondan cuando paro la vida de escuela y puedo reír por alguna salida de los jóvenes o pensar como se seguirá habilitando en el borde un lugar para que sigan estudiando.

PROF. HAYDEÉ VERÓN

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